lunes, 21 de marzo de 2011

Cronica de un crimen imperfecto


Ha muerto lo sé, ahora sí puedo confirmarlo con absoluta certeza. Por fin después de tanta lucha y tantos esfuerzos al fin le he matado. Le hemos matado (no sobra aclarar) porque tu también llevas parte en este delito silencioso. Yo lo sé, tu todavía no lo sabes, pero te hago saber que por fin le hemos fulminado completamente.

¿Le recuerdas? Yo sí. Recuerdo el momento en que le descubrí: silencioso, incólume, parecía tan seguro de sí, tan inmune a todo, que realmente temí por mí, y por ti que siempre has llevado parte en todo. Tú le conociste algún tiempo después y, aunque quisiste mostrarte fuerte, también sucumbiste al enorme terror que producía enfrentarle cara a cara. No pudimos afrontarle por falta de valor, por exceso de miedo y le enterramos, de común y tácito acuerdo le sepultamos vivo ignorando los gritos ahogados que salían de la improvisada tumba. Compartimos una sonrisa cómplice de nuestro accionar y aun con las manos impregnadas de tierra un apretón de manos para seguir con aparente tranquilidad por nuestras respectivas vidas seguros de que le habíamos acabado para siempre.

Le enterramos en los terrenos de mi mundo (como era de suponerse) y me faltó poco tiempo para maldecir esa al parecer lógica pero desastrosa decisión. Cada noche escuchaba los gritos desesperados que pretendían recordarme el atroz crimen; le sufrí cada noche de insomnio, cada tarde silenciosa pretendiendo hacerme creer a fuerza de voluntad y repetición su no existencia, convencerme que era solo mi mente la que reproducía su voz tenebrosa a causa de la culpa.

Comencé a temer cuando le empecé a tener cada noche entre mis sueños ¡Estaba vivo! Y en mis sueños le veía claramente, me recordaba divertido que no podría matarle, que seguía ahí y que estaba conmigo, en mi mundo; me despertaba entre lágrimas pensando si tal vez soñarías lo mismo que yo. Cogí la manía de sentarme largas horas frente a la que se suponía era su tumba; creí enloquecer cuando comencé a dudar de haberle realmente enterrado, cuando veía el pasto y las flores crecer en el mismo lugar en el que se encontraba su lecho de muerte me sentía consternada ¿Cómo podía algo tan bello crecer sobre algo tan terrible, tan maldito, tan atroz? Y deseé con todas mis fuerzas tenerte a mi lado para que le confirmaras a mi mente perturbada la historia que ya comenzaba a olvidar: Tú y yo le habíamos matado, le habíamos enterrado vivo porque no le habíamos podido soportar ¡Estaba muerto! Muerto y bien enterrado, y no existía posibilidad alguna de que eso cambiase.

Un día le vi, le vi rondando campante la que debía ser su tumba y casi me desplomo en ese mismo instante. Desapareció segundos después y aun conmocionada empecé a contemplar la posibilidad de haber perdido la cordura. Me convencí de haberlo hecho cuando sus apariciones conforme pasaba el tiempo se hacían menos esporádicas. Decidí que era simplemente una treta de mi perturbada mente y le ignoré completamente. Se cogió confianza y pronto le tenía sentado conmigo en la mesa hablándome mientras yo me empeñaba en negar su existencia. Cada noche le veía despedirse de mí con una sonrisa lúgubre mientras yo, aparentemente indiferente, contemplaba la posibilidad de buscarte para que me confirmaras lo que yo supuestamente sabía pero que mi cabeza se empeñaba en olvidar ¡Le habíamos matado juntos!

Hablé contigo y en cuanto quise mencionar el tema le evadiste: “Eso es pasado” me dijiste “no hay que hablar de ello”. Me callé, y decidí no mencionarte que yo le veía a cada amanecer, a cada atardecer, a cada noche, a cada instante de mi vida; me habrías tomado por loca y yo misma lo hice así. Concluí en que luchaba contra mi propia demencia y comencé incluso a acostumbrarme a su presencia.

Pero ahí estaba ese insoportable ser compartiendo mis días y yo solo lograba recordar las razones por las que habíamos decidido liquidarle. Recordé el momento de duda que hubo antes del crimen y me reproché semejante desfachatez; ahora estaba completamente segura de que efectivamente debía haber muerto y jamás existido. Que acierto fue haberlo hecho, que error tan grande habernos demorado tanto en decidirnos a acabarle. Cuando comenzó a proferir lamentos y pedirme explicaciones por haberle enterrado de esa manera me sentí morir, se pasaba el día entero intentándome demostrar lo injusto de nuestro actuar y la noche entera llorando nuestra supuesta infamia ¿Puedes creerlo? Se atrevió a decirme de la forma más vil que con él habíamos enterrado nuestra felicidad y yo…casi lloraba con él de rabia ¿Cómo se atrevía a llamar felicidad a la carga más pesada que había tenido que aguantar en mi existencia?

Pasó el tiempo y la curiosidad te llevo a darte una vuelta por mi mundo. Y sentí temor de verte, eras mi llave de salvación, mi seguro de verdad, y yo ya no estaba tan segura de querer saber realmente lo que sucedía. Si no le veías, comprobarías lo irreal mis demenciales visiones y eso significaría seguir cargando con ellas por el resto de mi existencia, o por lo menos lo que me tomara recuperar la razón perdida. Si por el contrario le veías el resultado sería más terrible aun, efectivamente vivía y no habíamos podido acabarle.

Y le viste…y yo no resulte tan loca como pensaba, te sonrió y te bombardeó con un sinnúmero de quejas guardadas solo para ti. Consternado me miraste buscando una explicación “Supongo que algo nos quedó faltando” te dije con tranquilidad “¡Algo tenemos que hacer!” exclamaste con decisión.

Juntos caminamos hasta el improvisado sepulcro y con manos y uñas removimos la tierra que debía tenerle guardado para encontrar tan solo eso: tierra; ni una sola señal del que habría de yacer en ese lugar eternamente. Agotada y abrumada por la certeza de mi no-locura y el descubrimiento de mi no-crimen me sentí incapaz de ponerme siquiera de pie sin que me cayera encima el peso de la tan negada realidad, “¿Y ahora qué?” te pregunté todavía jadeando, casi al borde de las lagrimas “Ahora nada” respondiste con frialdad “Es tu mundo, ahora vive aquí ¡Es tu problema!” y acto seguido te diste media vuelta para volver por donde habías venido y no regresar mas.

Entré en un estado de conmoción profunda. Una sensación de angustia me llenó todo el cuerpo ¿Le tendría que soportar conmigo por el resto de mis días? Cada día al levantarme sería lo primero que vería y lo último antes de acostarme, aun ni en mis sueños descansaría de su presencia, le tendría siempre conmigo. Le escuché reírse abiertamente desde la puerta de mi hogar y una sensación nueva me invadió. Me puse en pie tambaleante y caminé directamente hacia la cocina, me seguía burlándose y repitiendo incesantemente que jamás podría acabarle, que me acompañaría hasta el fin de mi existir.

La hiel que corría por mis venas desfiguraba mi rostro en una horrenda mueca de rencor, la misma que llevaba en mi cara al momento de tomar el cuchillo de la cocina, abalanzarme sobre él y apuñalarle con sevicia. Le maté…con mis propias manos, por mi propio odio; le asesiné, clavé el improvisado puñal en su cuerpo hasta que mis fuerzas me lo permitieron, hasta que estuve segura de no sentir nunca más su horrenda respiración, hasta que su asquerosa sangre se secó sobre mi cuerpo.

Te escribo esta carta para informarte que ha muerto, definitivamente, para siempre, te lo puedo asegurar. No le enterrado ¡Eso no! No le daré la oportunidad de escapar de nuevo, de resurgir otra vez. Le he matado y he dejado su cuerpo inerte en medio de la sala, a la vista, no le moveré de ahí, quiero verle. Quiero que cada día al despertar sus despojos me recuerden que le he matado, no quiero olvidar nunca más que ya no existe en este mundo, que ya no existe en mi mundo.

Aunque paso cada noche abrazada al puñal que me ha salvado, despertando al mínimo ruido, estoy lista para matarle cuantas veces sea necesario si osa despertar. Tu duerme tranquilo mi amor, descansa en paz, abrázala con sosiego y sonríe con libertad, te juro que ese atormentado amor no volverá a molestarnos jamás, al fin ¡Le he matado!...

2 comentarios:

  1. Cárcel del alma, suponerse en un cuerpo, sentimientos ocultos, inmortales al pensamiento, matar no es nuevo, todo es de costumbre.

    Se hace divertido pensar a diario una manera distinta de matar mas rápido, ya lo asfixie, lo apuñale, le dispare, y atropelle, lo pisotee, lo golpee, le enterré vivo en al patio, lo tire desde la plancha de mi abuela, ya se me están acabando las ideas....


    No se por que le tienen miedo, es un fantasia tener que matar de nuevo...

    aca te doy al razon, del tener miedo a eso llamado amor; pero simpre dire:

    Siempre es mejor el valor, de vivir algo, que detenerse y acobardarse y no vivirlo.

    la cobardia no merece entrar en mi mundo.

    ResponderEliminar
  2. Hay amores mi querido interlocutor de rostro demasiado tenebroso...capaces de doblegar y hacer temer al mas valiente de los mortales.

    Este va por esos lares. ¿No ves que es hasta medio zombi el condenado? jajajaja Aunque eso de nuevas formas de matarle cada día me ha gustado, me viene sonando la idea de la plancha en la cabeza.

    ResponderEliminar