martes, 9 de agosto de 2011

Y hablando de pesares...


Mil demonios se posan en la boca de mi estomago, destilan odio. Cargados de pestilencia encuentran asidero allí donde no alcanza la luz, donde todo lo bueno se convierte en un vaho pútrido que va carcomiéndome las entrañas.
No, no lo pueden ver. Cobarde como es, el infeliz se camufla bajo sonrisas simuladas. Porque millares de pesares se conjuran en un solo ser que repta sin traba por un cuerpo inerme que ha despreciado su redención.
Prisión de carne, vil instrumento, tan solo una masa que sirve como alimento de plagas. Y todo en apariencia tan perfecto, tanta paz en un rostro anémico es sinónimo irrefutable de agonía, y aun así no lo ven…no lo pueden ver.
Arcadas agónicas irrumpen el silencio de la noche, exorcismo incompleto, expulsión falsa. Un alivio que no es tal; como el drogadicto, como el abstinente, un placebo fisiológico en busca de un bálsamo que pasa desgarrando mi garganta con estruendos de dolor.
Consuelo artificial. Sonidos guturales que erizan la piel de nadie, sin testigos, sin que haya un espíritu altruista que se atreva a inmiscuirse, causa perdida lo saben, guerra perdida se entiende…maldición perpetua.
Las pupilas se anegan en lágrimas de frustración mientras el cuerpo en un último esfuerzo va buscando el final del tortuoso ritual. En busca del vacío, se desata un torrente maligno que fluye arrastrando consigo el néctar mismo de la vida…la vida se me va yendo a coutas por el drenaje.  
Y todo se va, todo se pierde y se diluye en agua. Todo, menos el mal nauseabundo que con garras y ganchos está anclado en mí ser. No hay vomito alguno que pueda expulsarle de allí…
Una oda a vos maldición miserable que vas consumiendo mi salud.

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